La caracterización leninista del imperialismo recogía en cuatro terrenos, la visión expuesta por el economista socialdemócrata Hilferding. Retomaba, en primer lugar, la existencia de un viraje general hacia el proteccionismo, iniciado por Gran Bretaña para contrarrestar las amenazas de sus concurrentes.
La vieja potencia marítima se defendía elevando las tarifas aduaneras en sus dominios. Amurallaba su imperio con restricciones al comercio, para limitar las pérdidas ocasionadas por su declinación industrial. Los británicos forjaron primero una federación de colonias (India, África) y luego una asociación de países subordinados (Canadá, Australia, Sudáfrica).
Esta política provocó la inmediata reacción de sus rivales, que instauraron bloques semejantes en sus zonas de influencia (Francia) y aceleraron la creación de regiones protegidas (Alemania). Lenin consideró que este cambio consagraba el pasaje del libre-comercio al proteccionismo y transformaba las disputas acotadas (por el liderazgo exportador), en guerras comerciales entre duros contendientes (atrincherados en fortalezas aduaneras).
El segundo rasgo tomado de Hilferding fue la creciente gravitación de los banqueros, en desmedro de otros sectores capitalistas. Lenin consideraba que los financistas habían dejado atrás su rol de intermediarios, para imponer la subordinación de sus pares del comercio y la industria.
El líder bolchevique resaltaba la aparición de una oligarquía financiera que obtenía enormes lucros con la emisión de títulos, la especulación inmobiliaria y el control de los paquetes accionarios. Consideraba que esta supremacía reforzaba el carácter rentista-usurero de los estados imperiales, frente a un conglomerado de estados-deudores sometidos. Por esta razón definía al imperialismo como una era del capital financiero.
Hilferding había desarrollado esta caracterización para el caso específico del capitalismo alemán. En sus investigaciones describió cómo los bancos controlaron la industria, financiando las operaciones y supervisando los procesos comerciales. Retrató la supremacía que lograron los financistas en todos los circuitos de la acumulación, a través del crédito, el manejo de las sociedades anónimas y la administración de las bolsas.
Lenin se inspiró también en los análisis de la economía inglesa que expuso Hobson. Este estudio resaltaba la nueva preeminencia lograda por las altas finanzas, mediante la recepción de los dividendos generados en el exterior. Este control forjó una plutocracia, que monopolizaba todos los resortes del funcionamiento imperial.
En tercer lugar, Lenin atribuyó las tendencias guerreristas del imperialismo al peso dominante alcanzado por los monopolios. Consideraba que esa preeminencia constituía una novedad del período, resultante de la creciente escala de las empresas y la elevada centralización y concentración del capital. Estimaba que este predominio reforzaba la influencia de los carteles, que podían concertar el manejo de los precios mediante acuerdos entre los grandes grupos.
Esta caracterización fue directamente extraída de la investigación de Hilferding, que estudió la organización monopólica de la producción germana. Un puñado de corporaciones entrelazadas con los bancos y orientadas por el estado, controlaba los procesos de formación y administración de los precios.
Lenin expuso algunos comentarios críticos de este estudio y objetó especialmente ciertos presupuestos teóricos sobre el carácter del dinero. Pero estas observaciones no modificaron su aceptación de las tesis monopolistas postuladas por Hilferding.
El cuarto rasgo retomado por el dirigente bolchevique fueron los mecanismos de apropiación externa. Aquí subrayó la preeminencia de la exportación de capitales, como forma de absorber las ganancias extraordinarias gestadas en la periferia. Ilustró las modalidades que adoptaban las inversiones de ultramar (ferrocarriles, minas, irrigación) y detalló cómo multiplicaban el lucro de las grandes empresas.
Esta caracterización se inspiró en la clasificación expuesta por Hilferding, para periodizar la evolución histórica del capitalismo. De una era colonial inicialmente mercantilista (que facilitó la industrialización europea), se había saltado a una expansión manufacturera de las grandes potencias (en torno a los mercados internos). Este desenvolvimiento quedaba ahora superado por la nueva fase de exportación de capitales.
La afinidad de Lenin con el cuadro de proteccionismo, hegemonía financiera, monopolios e inversiones externas retratado por Hilfderding se extendieron también a la teoría de la crisis. El líder ruso nunca desarrolló una versión peculiar de esta problemática y adscribió en general a la interpretación expuesta por el analista alemán. Este pensador asociaba las convulsiones periódicas del sistema, con la irrupción de desproporcionalidades entre las distintas ramas de la economía. A medida que progresaba la acumulación, estas desigualdades salían a la superficie, expresando desequilibrios más profundos de sobre-producción de mercancías o sobre-acumulación de capitales.
A Lenin le interesaba demostrar cómo estos trastornos económicos desembocaban en conflagraciones inter-imperialistas. Analizaba de qué forma cada rasgo productivo, comercial o financiero de la nueva época, acrecentaba las rivalidades dirimidas bajo el fuego de los cañones.
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Pero un problema de esta conclusión era su total incompatibilidad con la postura política adoptada por Hilferding, que tomó partido a favor del social-patriotismo. No solo apoyó la participación alemana en la guerra, sino que adoptó actitudes de fuerte compromiso con el belicismo.
Es importante recordar que este economista alemán influyó -al mismo tiempo- sobre Lenin y sobre su oponente Kautsky. Su visión combinaba elementos de crítica al sistema vigente, con una aceptación del “capitalismo organizado” como modalidad predominante. Resaltaba especialmente la evolución hacia formas de planificación concertada, bajo el comando de las grandes corporaciones.
El economista germano estimaba, además, que ese escenario exigía la reversión de las políticas proteccionistas, el librecambismo y el afianzamiento de un largo período de pacificación. La planificación a escala nacional que pronosticaba Hilferding convergía con el diagnóstico de equilibrio ultra-imperial que postulaba Kaustky.
La teoría del imperialismo de Lenin incluía, por lo tanto, una fuerte tensión con su inspirador económico. Las tesis del líder bolchevique se ubicaban en las antípodas del texto adoptado como referencia. Resaltaba las crisis y los desequilibrios, que ese fundamento teórico objetaba. En el plano político ese desencuentro era aún más pronunciado.
Teoría y política
El divorcio de Lenin con Hilferding constituyó la contracara de su reencuentro con Luxemburg. La teoría del imperialismo que postulaba la revolucionaria polaco-alemana se inspiraba en fundamentos económicos distintos a los expuestos por el dirigente ruso. Pero estas divergencias no impidieron la confluencia política en estrategias comunes, frente al pacifismo socialdemócrata.
La metodología desarrollada por Luxemburg difería sustancialmente del abordaje leninista. Intentó deducir la teoría del imperialismo de los textos de Marx, buscando una continuidad directa con el modelo conceptual de “El Capital”. Por esta razón, partió de los esquemas de reproducción ampliada expuestos en el segundo tomo de esa obra, para evaluar cuáles eran los obstáculos que enfrentaba el funcionamiento del sistema a escala internacional, en la nueva época imperialista.
Este intento no llegó a buen puerto, puesto que contenía una confusión básica: los esquemas de Marx estaban concebidos como una mediación abstracta, para clarificar la circulación general del capital. Constituían un paso previo al estudio concreto de la dinámica del sistema. Luxemburg utilizó erróneamente estos razonamientos en forma empírica, para buscar los puntos de asfixia del capitalismo de su época. Indagó el problema por el lado equivocado, al convertir un esquema destinado a visualizar el funcionamiento del sistema, en un modelo de la crisis de este modo de producción.
Pero este infructuoso intento era mucho más fiel al planteo de Marx, que el abordaje ensayado por Lenin. Buscaba establecer los puntos de continuidad y ruptura de la época imperialista con el periodo previo, siguiendo los preceptos de la economía marxista. El teórico bolchevique estudió, en cambio, directamente las características de la nueva etapa utilizando un gran material empírico. Pero no definió en qué medida esas fuentes eran compatibles con la teoría expuesta en “El Capital”.
Luxemburg mencionaba las características resaltadas por Lenin, pero no le asignaba la misma relevancia al proteccionismo, a la supremacía financiera y al monopolio. Relativizaba estas transformaciones, buscando conservar el hilo conductor desarrollado por Marx.
En otros campos las diferencias de Luxemburg con Lenin eran mayores. En lugar de identificar al imperialismo con la exportación de capitales, asociaba ese período con la necesidad de encontrar mercados foráneos, para las mercancías invendibles en los países metropolitanos.
La revolucionaria alemana estimaba que las esferas coloniales eran imprescindibles, para realizar la plusvalía que necesita el capitalismo para su reproducción. Pensaba que las economías atrasadas constituían una válvula de escape, para las limitaciones que enfrentaba el capital en los países centrales. Observaba al imperialismo como un proceso de ampliación del mercado mundial, que contrarrestaba las dificultades para vender las mercancías en sus áreas de fabricación. Estimaba que este obstáculo obedecía a la estrechez del poder adquisitivo, que generaba la continuidad de los bajos salarios, el alto desempleo y la creciente pauperización.
Esta concepción estimaba que el capital emigra de un país a otro, para contrapesar el consumo insuficiente, que provoca el aumento de la explotación. Esta visión tenía puntos en común con la teoría de la crisis postulada por Kaustky y gran afinidad con el enfoque de Hobson. Este autor consideraba que todos los rasgos del imperialismo obedecían en última instancia a la necesidad de exportar capitales sobrantes, gestados en las metrópolis por la polarización social.
Lenin rechazaba esta interpretación subconsumista no sólo por su reivindicación de otra teoría de la crisis, basada en desproporcionalidades sectoriales y excedentes de productos (y capitales). Había polemizado durante un largo período con los exponentes rusos de las teorías populistas, que resaltaban las restricciones del consumo. Objetaba conceptualmente esos razonamientos e impugnaba las consecuencias políticas de un enfoque, que estimaba imposible el desarrollo del capitalismo en Rusia.
La convergencia revolucionaria de Lenin con Luxemburg no expresaba, por lo tanto, afinidades en el terreno económico. Pero reflejaba las coincidencias en la caracterización del imperialismo, como una etapa de grandes crisis y convulsiones. Por otra parte, la oposición política frontal del líder bolchevique con Hilferding, no anulaba sus convergencias teóricas, en la evaluación de rasgos centrales del capitalismo.
Es importante registrar esta variedad de combinaciones, para erradicar la imagen de unanimidad en el análisis del imperialismo, en torno a dos bloques homogéneos de revolucionarios y reformistas. Esta divisoria efectivamente rigió en la actitud de ambos campos frente a la guerra. Pero no se extendió a la interpretación conceptual de fenómeno. La teoría del imperialismo incluía un complejo y cruzado terreno de variadas elaboraciones.
Los temas abiertos
Las caracterizaciones económicas del imperialismo que formuló Lenin fueron presentadas en un tono menos polémico que sus conclusiones políticas. Las observaciones sobre proteccionismo, la hegemonía financiera, los monopolios o la inversión extranjera no plantearon controversias equivalentes al problema de la guerra. Esta diferencia confirma dónde ubicaba el centro neurálgico de su teoría e indica también la existencia de una gran variedad de posturas en juego, en la evaluación del capitalismo de la época.
En esas caracterizaciones el análisis del proteccionismo suscitaba cierta unanimidad. Aquí Lenin coincidía con Hobson, Hilferding y también con Kautsky, puesto que todos remarcaban la existencia de un generalizado viraje hacia la autarquía. Lo que provocaba divergencias era la actitud política frente a esta transformación. Mientras que la izquierda denunciaba el cierre aduanero sin ningún elogio al librecambismo, los reformistas tendían a idealizar esa etapa.
En el análisis de la hegemonía financiera había mayores disidencias. Lenin sostenía enfáticamente esta tesis, frente a Kaustky que señalaba el predominio de coaliciones entre distintos sectores dominantes, sin necesaria preeminencia de los banqueros. Estimaba que los principales promotores del giro imperial eran los industriales, que necesitaban conquistar regiones agrarias para asegurarse el abastecimiento de materias primas. Como la actividad manufacturera crecía a un ritmo más acelerado que el agro (incorporando mayor progreso técnico), sólo el dominio colonial permitía atenuar el encarecimiento de los insumos.
Esta visión era compartida por otros economistas -como Parvus- que resaltaban la existencia de múltiples alianzas entre banqueros e industriales. Destacaban la importancia de esos acuerdos, para enfrentar las batallas competitivas a escala internacional.
Algunos teóricos muy influyentes -como Bauer- polemizaron abiertamente con la presentación del imperialismo, como un pasaje de la dominación industrial a la supremacía financiera. Cuestionaban el carácter unilateral de esa visión, señalando que ignoraba el peso estratégico de la gran industria en el desenvolvimiento del capitalismo.
Otro tema que suscitaba discusiones era el nuevo papel de las distintas formas de monopolio. La importancia que Lenin asignaba a este proceso no era compartida por otros autores. Este rasgo efectivamente pesaba en la economía germana, que había relegado a la pequeña empresa frente a las grandes corporaciones. Pero el estudio de Hobson de la economía inglesa no le asignaba la misma relevancia a esa concentración de firmas. En el debate marxista de esa época no se contemplaban estudios equivalentes del imperialismo francés y muy pocos estudiosos consideraban el perfil del capitalismo norteamericano o japonés.
Finalmente, en el análisis de la exportación de capitales Lenin coincidía con Kautsky, frente a un considerable número de enfoques opuestos. Los dos autores más enfrentados en los debates de esa etapa destacaban en común la gravitación de la inversión externa.
Para el líder bolchevique, este rasgo proyectaba a escala internacional la primacía de las finanzas y los monopolios. Para el dirigente socialdemócrata esa característica expresaba la presión ejercida por los capitales sobrantes, que no encontraban rendimientos lucrativos en las economías metropolitanas.
Esta visión era impugnada no sólo por Luxemburg, en su interpretación del imperialismo como desagote de las mercancías sobrantes. Otros pensadores como Bauer destacaban la existencia de continuidades con el período colonial precedente. Subrayaban la persistencia de viejas formas de pillaje y depredación de recursos, para asegurar el abastecimiento de los insumos. Los debates económicos sobre el imperialismo clásico abarcaban, por lo tanto, un amplio espectro de problemas sin resoluciones nítidas.
Pero no hay que perder de vista lo esencial. La teoría marxista del imperialismo surgió en un período de grandes guerras por la apropiación del botín colonial y aportó un fundamento político al rechazo revolucionario de la guerra. Correspondió a una etapa de ausencia de entrelazamientos capitalistas multinacionales y preeminencia de disputas territoriales. El cambio de este escenario generó la necesidad de elaborar nuevas interpretaciones.
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