Hace cincuenta años, los cables de las agencias estadounidenses imaginaban un desenlace diferente para la revolución, como uno de la centenaria UPI (United Press International), fechado en México el día de la invasión: “El primer ministro Fidel Castro se ha dado a la fuga y su hermano Raúl fue capturado. El general Lázaro Cárdenas gestiona el asilo político de Fidel. Stop”.
El 16 de abril de 1961, Fidel Castro proclamó la identidad socialista de la revolución cubana, después de que fueran bombardeados cuatro aeropuertos de la isla. Al día siguiente, hace hoy cincuenta años, una fuerza invasora alentada y financiada por el gobierno de John F. Kennedy intentaba hacer pie en Playa Girón de madrugada. Cuba rechazó en 66 horas el desembarco de la llamada brigada 2506, entrenada por la CIA, y con su líder al frente consiguió que se rindiera la mayoría de los casi 1500 combatientes reclutados para la Operación Pluto. Estados Unidos negó su participación en el ataque, aun cuando su presidente describió con lujo de detalles el fracaso ante la Sociedad Americana de Editores de Diarios durante un almuerzo en el hotel Waldorf Astoria del 20 de abril. De nada sirvieron los barcos, aviones, tanques y artillería desplazados desde Puerto Cabezas, Nicaragua. También resultaron inútiles los trece campamentos diseminados por América Central y hasta en Homestead, Miami, donde se entrenó un grupo de 140 condotieros anticastristas que nunca consiguió entrar en acción. “Lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es que estemos aquí, que hayamos hecho una revolución socialista en las narices de Estados Unidos”, dijo Fidel en el acto de 1961. En efecto, nunca se lo perdonaron. Dwight Eisenhower inició el bloqueo económico contra la isla, que perpetuaron sucesivamente once presidentes norteamericanos, incluido Barack Obama. Pasado mañana se cumple el 50º aniversario de esa victoria militar, la más importante en la historia de la Cuba revolucionaria.
La invasión que no se sostuvo ni tres días completos le costó al gobierno de EE.UU. 336,1 millones de dólares. Historiadores cubanos de la épica gestada en Girón coinciden en que las fuerzas revolucionarias tomaron 1197 prisioneros, abatieron doce aviones y hundieron dos barcos de transporte, además de averiar otros más. Como prueba del apoyo estadounidense en recursos humanos y armamento, quedaron los cadáveres de cuatro pilotos de esa nacionalidad: el capitán Thomas Villard Ray, el mayor Riley Shamburguer y los navegantes Frank Leo Baker y Wado Carroll Gray. También los aparatos B-26 camuflados con insignias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) para generar la idea de una rebelión interna que no prosperó.
El plan para hacer una cabeza de playa en la Bahía de Cochinos, en el litoral sur de la provincia de Matanzas, naufragó como algunos de sus navíos de guerra. La pretensión de marchar hacia La Habana y conseguir que Kennedy reconociera un gobierno contrarrevolucionario se convertiría en la “Primera derrota del imperialismo yanqui en América Latina”, como reza un cartel vecino al museo de Playa Girón, que en el primer trimestre de 2011 ya fue visitado por 10.873 personas. En la defensa del territorio murieron 147 cubanos (entre milicianos y soldados), aunque las cifras oficiales elevan a 156 las víctimas, por los bombardeos de ablande que realizó el invasor el 15 de abril. Tras ese ataque, el 16, Fidel proclamó el advenimiento del socialismo. Y al día siguiente quedó retratado para siempre bajándose de un tanque T-34 en pleno combate. Una imagen calcada de esa silueta se vio ayer en el palco de la Plaza de la Revolución, en La Habana, durante el desfile por los 50 años del socialismo.
“Lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba”, sentenció Castro por aquellos días. El promedio de edad de los caídos en la defensa era de 24 años. La mayoría, hijos de proletarios urbanos y campesinos. El relevamiento de los prisioneros tomados al enemigo por las FAR arrojaba una composición social diferente: latifundistas, grandes comerciantes, magnates industriales, ex soldados del dictador Fulgencio Batista y lúmpenes reclutados a cambio de una paga de 175 dólares para los solteros y 225 a los casados. Diecisiete de sus más altos jefes eran cubanos, pero no la flotilla de naves utilizadas para el desembarco. Sus nombres –Houston, Atlantic y Lake Charles– dan idea de su procedencia. Un repaso al material bélico utilizado corrobora que no se trataba de la Armada Brancaleone que retrató para el cine Mario Monicelli en 1966: 16 aviones B-26, ocho C-46, seis C-54, cañones de 76 y 75 milímetros, morteros de 4.2, rifles Garand, carabinas M-1, bazucas, pistolas y municiones de sobra.
El desembarco comenzó a definirse durante el gobierno de Eisenhower, quien aprobó el 17 de marzo de 1960 un plan militar de cuatro puntos que había sido elaborado por la CIA. Kennedy desechó la idea original de transformar la ciudad de Trinidad, provincia de Sancti Spiritus, en su Normandía. En lo posible, prefería una incursión nocturna y que provocara el menor riesgo político. Según un extenso artículo en Prensa Latina de Luis Báez, autor del reciente libro Fidel por el mundo, “los analistas seleccionaron Playa Girón. La zona contaba con una excelente pista de aterrizaje. La fecha escogida para la invasión fue el 5 de abril.
Kennedy la trasladó para el 10. Definitivamente decidió: el 17”.
Luis Somoza Debayle, el segundo en esa dinastía de dictadores nicaragüenses, despidió a la flota invasora en Puerto Cabezas. Un periodista del Washington Post, Haynes Johnson, describió el pedido que les hizo a sus integrantes: “Tráiganme un par de pelos de la barba de Castro”. El cubano y jefe militar de la Operación Pluto, José “Pepe” San Román, nunca pudo cumplirlo, pero sí le entregó a Kennedy una bandera de la brigada 2506 el 29 de diciembre de 1962 en el estadio Orange Bowl de Miami. Ese día, como lo documentan las fotografías y diarios de la época, Jacqueline, la esposa del presidente, dio un breve discurso en castellano: “Es un honor para mí estar entre el grupo de los hombres más bravo del mundo” (La Vanguardia, 30 de diciembre de 1962). Para entonces, Cuba había liberado a 1113 prisioneros a cambio de una millonaria indemnización de guerra.
Hace cincuenta años, los cables de las agencias estadounidenses imaginaban un desenlace diferente para la revolución, como uno de la centenaria UPI (United Press International), fechado en México el día de la invasión: “El primer ministro Fidel Castro se ha dado a la fuga y su hermano Raúl fue capturado. El general Lázaro Cárdenas gestiona el asilo político de Fidel. Stop”.
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