Articulo publicado el 01-01-2010
Uno de los aspectos que mejor delata la inmoralidad de quienes rigen los destinos del mundo y que, como el nuevo Nobel de la Paz, representa a quienes más enarbolan la violencia como conducta, la tortura como terapia, el crimen como oficio y la guerra como negocio, es el nutrido y generoso inventario de eufemismos con que buscan ocultar los muertos y miserias que provocan su mercado y maneras.
De hecho, consumen eufemismos con tal voracidad que nunca van a dejar de necesitarlos.
Cuando el capitalismo agotó sus coartadas y comenzó a mostrar, incluso, a los ciegos, sus repugnantes entrañas, le cambiaron el nombre y pasó a conocerse como “globalización”.
Definen como “macroeconomía” al arte de producir microciudadanos; “desarrollo sostenido y sustentable” a la acelerada destrucción del planeta; y progreso a la hambruna y desgracia general.
“Daños colaterales” llaman a la relación de personas asesinadas en sus múltiples misiones de reconstrucción y paz, cuando los bombardeos, presuntamente, resultan errados.
“Objetivos alcanzados” llaman a la nómina de personas asesinadas en sus múltiples “guerras humanitarias”, cuando sus bombardeos, supuestamente, aciertan con el blanco. Y no importa que los daños colaterales tengan muñones y los objetivos alcanzados guarden memoria, se puede matar en nombre de la vida y hacer la guerra en nombre de la paz.
La juvenil ministra española de Defensa, eufemismo ya institucionalizado para definir el Ministerio de la Guerra, a la vez que se declaraba acérrima enemiga de eufemismos y dobles lenguajes, advertía a la opinión pública que no sólo se proclamaba pacifista sino que, actualmente, “los ejércitos también lo son”. Ejércitos cuyos estados llaman “guerras preventivas” a sus sangrientas incursiones militares al margen de cualquier derecho y orden internacional, por más que ambos conceptos, como el de Naciones Unidas, sigan siendo tristes eufemismos.
Si George Bush animó la “guerra preventiva”, para invadir y masacrar a preventivos enemigos, su hermano Jeb Bush instauró en Florida el mismo embozo, “disparo preventivo” para que la ciudadanía de bien pudiera balear impunemente a cualquier preventivo sospechoso.
De igual forma que la sospecha de armas de destrucción masiva en manos de un país árabe puede servir de excusa para desencadenar una “guerra preventiva” que destruya esa amenaza, la sospecha de una pistola en manos de un negro puede servir de pretexto para desencadenar una “balacera preventiva” que elimine ese peligro.
Llaman “bombardeos de rutina” a la metódica destrucción de vidas y bienes ajenos sí, por ejemplo, un presidente que pierde popularidad por haber sido sorprendido en “relaciones impropias” con una becaria ajena y haber mentido públicamente a todo el país por televisión, necesita con urgencia un repunte estadístico que confirme su recuperación. En ese sentido, pocas acciones son tan productivas como un rutinario bombardeo sobre Irak.
Obviamente, la comunidad internacional, otro eufemismo más para designar a los Estados Unidos y a los cómplices que lo secundan, siempre ha de velar porque “la respuesta sea proporcionada”, eufemismo que sugiere la posibilidad de dejar a alguien con vida.
La CIA , a mediados de los setenta, decidió suprimir en todos sus informes y documentos la palabra “asesinato”, para sustituirla por “neutralización” y convertir, gracias al diccionario, los cadáveres en “neutralizados”.
Los valientes talibanes que defendieron su patria de la grosera invasión soviética, y que fueron bautizados por el presidente estadounidense Reagan como “paladines de la libertad”, una guerra más lejos y un presidente más tarde, por los mismos motivos, fueron calificados como sanguinarios terroristas que matan por matar. Paladines de la libertad también fueron para los estadounidenses sus hordas mercenarias a ambos lados de la Nicaragua sandinista.
Posada Carriles, uno de los responsables, entre otros crímenes, de la voladura de un avión cubano en el que murieron 76 personas, casi todas deportistas, para muchos medios de comunicación y agencias, es un “partisano anticastrista”, o un “disidente cubano”.
El ex ministro del Interior español, José Barrionuevo, juzgado, condenado y puesto en libertad por sus vinculaciones con el GAL, afirmaba que el terrorismo de Estado y sus múltiples nomenclaturas, especialmente el GAL, no era sino “un grupo heterogéneo de personas que cometen delitos”. Le faltó agregar que, además, impunemente. En cualquier caso, ya antes lo había dejado claro, entre otros, Martín Villa, uno de los tantos impunes que le precedieron en el cargo a Barrionuevo y también en el uso de los eufemismos: “lo nuestro son errores, lo de ellos son crímenes”.
Louis Caldera, secretario técnico de los Estados Unidos, tras verse obligado a cerrar hace diez años la “Escuela de las Américas” para abrir en su lugar el “Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad”, eufemismo con el que se sigue conociendo la factoría de dictadores que Estados Unidos tiene para su “región” y que Robert McNamara, ex ministro de Defensa, recientemente fallecido, aplaudiera en el pasado por su papel como “forjadora de los líderes del futuro”, alegó en defensa del cuestionado historial de los graduandos de la escuela que, lamentablemente, entre tantos eméritos combatientes por la causa de la democracia en el mundo… “siempre se cuelan algunos granujas”, o lo que es lo mismo, si me atengo a los sinónimos que ofrece el diccionario, que Pinochet fue un pilluelo y el mayor salvadoreño D´Abuisson un pícaro.
Paul Wolfowitz, uno de los grandes estrategas militares con quien todas las administraciones estadounidenses contaron en el Pentágono y nombrado, como recompensa a su larga y exitosa carrera, presidente del “Banco Mundial”, eufemismo que ampara el mayor cartel de usura y chantaje que existe en el mundo junto al conocido como Fondo Monetario Internacional, nunca habló de terroristas o demonios o fanáticos asesinos. Para él eran “competidores emergentes” a los que había que frenar antes de que emergieran. Y ni siquiera cuando se vio envuelto en un vulgar folletín en el que no faltó una amante, una amiga celosa, una ambiciosa secretaria, un amoroso aumento de sueldo y un beso en un motel, ni siquiera entonces dejó de ver “competidores emergentes”. Tampoco cuando un imperdonable olvido mostró al mundo sus agujereados calcetines y acabó renunciando.
Rumsfeld, ex secretario de Defensa estadounidense, llamaba “técnicas de investigación” a las más brutales torturas ejecutadas durante su mandato. El fue responsable, con el respaldo de su presidente y su gobierno, de extender a Iraq el llamado “Programa de Acceso Especial”, manual sobre tortura del que la cárcel de Abu Graib o Guantánamo fueron dos de sus más conocidas expresiones. El problema, lo reconocía el propio Rumsfeld cuando afirmaba: “la libertad es desordenada y la gente puede cometer errores, y cometer crímenes y hacer cosas que están mal… porque esas cosas pasan”. George Bush acabó reconociendo que, tal vez, pudieron darse “algunos excesos o arbitrariedades” cometidas por “unos pocos reservistas”. En cualquier caso, se ocupó de justificar el desprecio de su gobierno por la Convención de Ginebra dado que los torturados no eran prisioneros de guerra sino “combatientes enemigos”.
Ojalá que no tarde en llegar ese anhelado día en que todas y todos los oprimidos por los tantos eufemismos que esconden la verdad, hagan valer, también, su globalizada y pacifista ira y alcancen sus objetivos, sus patadas humanitarias en misión de paz, en las nalgas de todos los granujas, paladines de la libertad y demás competidores emergentes, de manera que las relaciones impropias entre la comunidad internacional y los grupos heterogéneos de personas que cometen delitos no sigan siendo sostenidas y sustentables, así dependa de un Programa de Acceso Especial o de neutralizaciones de rutina y por más daños colaterales que desprendan, que ya se sabe que la libertad es desordenada… y que esas cosas pasan.
Pues que en el año que arranca también sigan pasando… pero en otras nalgas. (01-01-2010)
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