A pesar de las contradicciones existentes, los EEUU y las grandes potencias de la Unión Europea pusieron fin a las guerras interimperialistas –como la de 1914-1918 y la de 1939-45- substituyéndolas por un imperialismo colectivo, bajo la hegemonía norteamericana, que las disloca para países del llamado Tercer Mundo sometido al saqueo de sus recursos naturales.
Pero la evolución de la coyuntura mundial demuestra también con claridad que la crisis del capital no puede ser resuelta en el cuadro de una “transnacionalización global”, tesis defendida por Toni Negri y Hardt en su polémico libro en que niegan el papel del imperialismo tal y como lo definió Lenin.
Entre los EEUU y la Unión Europea ( y los países emergentes de Asía y de América Latina) existe un abismo histórico que no fue ni puede ser eliminado en tiempo previsible.
El caos en que el mundo está por caer ilumina la desesperación del capital frente a la crisis de la cual es responsable. La ascensión galopante de la derecha neoliberal al gobierno en países de la Unión Europea resucita el fantasma de la ascensión del fascismo en la República del Weimar. La Historia no se repite además de la misma manera y es improbable que la extrema derecha se instale en el Poder en el Viejo Mundo. Más la irracionalidad del asalto a la razón es una realidad.
El juego del dinero en las bolsas es hoy mucho más importante en la acumulación de gigantescas fortunas que la producción. El papel de los “mercados” –eufemismo que designa el funcionamiento del engranaje de la especulación en las maniobras del capital –se volvió decisivo en el desencadenamiento de crisis que llevan a la quiebra a países de la Unión Europea. Una simple decisión del gestor de “una agencia de notación” puede desencadenar el pánico en vastas áreas del mundo.
La irrupción de violencia en barrios degradados de Londres, Birmingham, Manchester y Liverpool alarma a la Inglaterra de Cameron y motiva en las televisoras y periódicos de referencia torrentes de interpretaciones disparatadas de sociólogos y psicoanalistas que hablan como portavoces de la clase dominante.
En Washington, congresistas influyentes manifiestan el temor de que el “fenómeno británico” alcance a los EEUU y, en los guetos de sus grandes ciudades, jóvenes latinos y negros imiten a los de las minorías de la Gran Bretaña, estimulados por mensajes y llamados en Twitter y en el Facebook. Pero en tanto la pobreza y la miseria aumentan, incluyendo en los países más ricos, la crisis no afecta a los banqueros y a los gestores de las grandes empresas. Según la revista “Fortune”, las fortunas de 357 multimillonarios rebasan el PIB de varios países europeos desarrollados.
En los EEUU, en Alemania, en Francia, en Italia, quienes detentan el poder proclaman que la democracia política alcanzó una altura superior en las sociedades desarrolladas del Occidente. Mienten. La censura al modo antiguo no existe. Más fue substituida por un tipo de manipulación de las conciencias, eficaz y perverso. Los hechos y las noticias son seleccionados, presentados, valorizados o desvalorizados, mutilados y deformados, de acuerdo con las conveniencias del gran capital. El objetivo es impedir a los ciudadanos comprender los acontecimientos de que son testigos y su significado.
Los periódicos y las cadenas de televisión en los EEUU, en Europa, en Japón, y en América Latina dedican cada vez más espacio al “entretenimiento” y menos a grandes problemas y luchas sociales y al entendimiento del movimiento de la Historia profunda.
Los temas impuestos por los editores y programadores –agentes más o menos conscientes del capital –son concursos alienantes, la violencia en múltiples frentes, la droga, el crimen, el sexo, la subliteratura, lo cotidiano del jet set, la vida amorosa de príncipes y estrellas, la apología del suceso material, las vacaciones en lugares paradisiacos, etc. Evitar que los ciudadanos, formateados por el engranaje del poder, piensen, es una tarea permanente de los media.
Las crónicas de cine, de televisión, la música, la crítica literaria reflejan bien la atmosfera putrefacta del tipo de sociedad definida como civilizada y democrática por aquellos que, instalados en la cúpula del sistema de poder, se proponen como aspiración suprema la multiplicación del capital.
En Portugal surgió como innovación grotesca un club de pensadores; los debates, mesas redondas y entrevistas con dóciles comentaristas, disfrazados de “analistas”, son insoportables por la ignorancia, hipocresía y mediocridad de la casi totalidad de esos empleados del capital. Contrarrevolucionarios como Mario Soares, Antonio Barreto, Medina Carreira, Júdice; formadores de opinión como Marcelo Rebelo de Sousa, un intoxicador de mentes influenciables que explica el presente y prevé el futuro como si fuera el oráculo de Delfos; jornalistas his master voice, como Nuno Rogeiro y Teresa de Sousa; columnistas arrogantes que odian al pueblo portugués y a la humanidad, como Vasco Pulido Valente, pontifican en los media imitando brujos medievales, sirviendo al sistema con ejercicios de verborrea que ofenden a la inteligencia.
El Primer Ministro y su lugarteniente Portas, exhibiendo posturas napoleónicas, piden “sacrificios” y comprensión a los trabajadores en tanto, sumisos, aplican el proyecto del gran capital y cumplen las exigencias del imperialismo. Desde el inicio del primer gobierno Sócrates, lo que restaba de la herencia revolucionaria de Abril fue más golpeado y destruido que en todo el cuarto de siglo anterior. Al Portugal en crisis se le exige el pago de una factura enorme de la crisis mayor a la que hunde al capitalismo.
En los EEUU, polo hegemónico del sistema, el discurso del Presidente Obama, despojado de las lentejuelas de los primeros meses de gobierno, aparece ahora como el de un político dispuesto a todas las concesiones para permanecer en la Casa Blanca. Su última capitulación frente al Congreso astilló lo que le sobraba a su máscara de humanista y reformador. Para que el Partido Republicano permitiese aumentar de dos billones de dólares el techo de la deuda pública –ya superior al Producto Interno Bruto del país- acepto mantener intocables los privilegios indecorosos disfrutados por una clase dominante que paga impuestos ridículos y golpear duramente un servicio de salud que ya era uno de los peores del mundo capitalista. La contrapartida de la debilidad interior es una agresividad creciente en el exterior.
Cientos de instalaciones militares estadounidenses fueron sembradas por Asía, Europa, América Latina y África. Pero “la cruzada contra el terrorismo” no produce los resultados esperados. Las agresiones norteamericanas a los pueblos de Iraq y de Afganistán promovieron el terrorismo a escala mundial en vez de erradicarlo. Crímenes monstruosos fueron cometidos por la soldadesca norteamericana en Iraq y Afganistán. El Congreso legalizó la tortura de prisioneros. La “pacificación de Iraq”, donde la resistencia del pueblo a la ocupación es una realidad , no pasa de un slogan de propaganda. En Afganistán, a pesar de la presencia de 140 000 soldados de los EEUU y de la OTAN, la guerra está perdida.
Los bombardeos de las aldeas del noroeste de Paquistán por aviones sin piloto, comandados de los EEUU por computadores, siembran la muerte y la destrucción, provocando la indignación del pueblo de aquel país. El bombardeo sobre Somalia (donde el hambre mata diariamente millares de personas) por aviones de la USAF, y de tribus de Yemen que luchan contra el despotismo medieval del presidente Saleh se volvió rutinario. Como siempre, Washington acusa a las víctimas de tener ligas con Al Qaeda.
En África, la instalación del AFRICOM, un ejército norteamericano permanente, y la agresión de la OTAN al pueblo de Libia confirman la mundialización de una estrategia imperial. El terrorismo de Estado emerge como componente fundamental de estrategia del poder de los EEUU.
Obviamente, Washington y sus aliados de la Unión Europea, intentan transformar el crimen en virtud.
Los patriotas que en Iraq, en Afganistán, en Libia resisten a las agresiones imperiales son calificados de terroristas; los gobiernos fantoches de Bagdad y Kabul estarían encaminando a los pueblos iraquí y afgano para la democracia y el progreso; Irán, víctima de sanciones, es amenazado de destrucción; mientras el aliado neofascista israelita es presentado como una democracia moderna.
La perversa falsificación de la Historia es hoy es un instrumento imprescindible al funcionamiento de una estrategia de poder monstruosa que, esa si, amenaza a la Humanidad y la continuidad de la vida en la Tierra. El imperialismo acumula sin embargo derrotas y los síntomas del agravamiento de la crisis estructural del capitalismo son inocultables.
El capitalismo, por su propia esencia, no es humanizable. Habrá de ser destruido. La única alternativa que despunta en el horizonte es el socialismo. El desenlace puede tardar. Más aumenta las resistencia de los pueblos al engranaje del capital que los oprime en Asía, en Europa, en América Latina, en África. Ellos son el sujeto de la Historia y la victoria final será suya.
Entre los EEUU y la Unión Europea ( y los países emergentes de Asía y de América Latina) existe un abismo histórico que no fue ni puede ser eliminado en tiempo previsible.
El caos en que el mundo está por caer ilumina la desesperación del capital frente a la crisis de la cual es responsable. La ascensión galopante de la derecha neoliberal al gobierno en países de la Unión Europea resucita el fantasma de la ascensión del fascismo en la República del Weimar. La Historia no se repite además de la misma manera y es improbable que la extrema derecha se instale en el Poder en el Viejo Mundo. Más la irracionalidad del asalto a la razón es una realidad.
El juego del dinero en las bolsas es hoy mucho más importante en la acumulación de gigantescas fortunas que la producción. El papel de los “mercados” –eufemismo que designa el funcionamiento del engranaje de la especulación en las maniobras del capital –se volvió decisivo en el desencadenamiento de crisis que llevan a la quiebra a países de la Unión Europea. Una simple decisión del gestor de “una agencia de notación” puede desencadenar el pánico en vastas áreas del mundo.
La irrupción de violencia en barrios degradados de Londres, Birmingham, Manchester y Liverpool alarma a la Inglaterra de Cameron y motiva en las televisoras y periódicos de referencia torrentes de interpretaciones disparatadas de sociólogos y psicoanalistas que hablan como portavoces de la clase dominante.
En Washington, congresistas influyentes manifiestan el temor de que el “fenómeno británico” alcance a los EEUU y, en los guetos de sus grandes ciudades, jóvenes latinos y negros imiten a los de las minorías de la Gran Bretaña, estimulados por mensajes y llamados en Twitter y en el Facebook. Pero en tanto la pobreza y la miseria aumentan, incluyendo en los países más ricos, la crisis no afecta a los banqueros y a los gestores de las grandes empresas. Según la revista “Fortune”, las fortunas de 357 multimillonarios rebasan el PIB de varios países europeos desarrollados.
En los EEUU, en Alemania, en Francia, en Italia, quienes detentan el poder proclaman que la democracia política alcanzó una altura superior en las sociedades desarrolladas del Occidente. Mienten. La censura al modo antiguo no existe. Más fue substituida por un tipo de manipulación de las conciencias, eficaz y perverso. Los hechos y las noticias son seleccionados, presentados, valorizados o desvalorizados, mutilados y deformados, de acuerdo con las conveniencias del gran capital. El objetivo es impedir a los ciudadanos comprender los acontecimientos de que son testigos y su significado.
Los periódicos y las cadenas de televisión en los EEUU, en Europa, en Japón, y en América Latina dedican cada vez más espacio al “entretenimiento” y menos a grandes problemas y luchas sociales y al entendimiento del movimiento de la Historia profunda.
Los temas impuestos por los editores y programadores –agentes más o menos conscientes del capital –son concursos alienantes, la violencia en múltiples frentes, la droga, el crimen, el sexo, la subliteratura, lo cotidiano del jet set, la vida amorosa de príncipes y estrellas, la apología del suceso material, las vacaciones en lugares paradisiacos, etc. Evitar que los ciudadanos, formateados por el engranaje del poder, piensen, es una tarea permanente de los media.
Las crónicas de cine, de televisión, la música, la crítica literaria reflejan bien la atmosfera putrefacta del tipo de sociedad definida como civilizada y democrática por aquellos que, instalados en la cúpula del sistema de poder, se proponen como aspiración suprema la multiplicación del capital.
En Portugal surgió como innovación grotesca un club de pensadores; los debates, mesas redondas y entrevistas con dóciles comentaristas, disfrazados de “analistas”, son insoportables por la ignorancia, hipocresía y mediocridad de la casi totalidad de esos empleados del capital. Contrarrevolucionarios como Mario Soares, Antonio Barreto, Medina Carreira, Júdice; formadores de opinión como Marcelo Rebelo de Sousa, un intoxicador de mentes influenciables que explica el presente y prevé el futuro como si fuera el oráculo de Delfos; jornalistas his master voice, como Nuno Rogeiro y Teresa de Sousa; columnistas arrogantes que odian al pueblo portugués y a la humanidad, como Vasco Pulido Valente, pontifican en los media imitando brujos medievales, sirviendo al sistema con ejercicios de verborrea que ofenden a la inteligencia.
El Primer Ministro y su lugarteniente Portas, exhibiendo posturas napoleónicas, piden “sacrificios” y comprensión a los trabajadores en tanto, sumisos, aplican el proyecto del gran capital y cumplen las exigencias del imperialismo. Desde el inicio del primer gobierno Sócrates, lo que restaba de la herencia revolucionaria de Abril fue más golpeado y destruido que en todo el cuarto de siglo anterior. Al Portugal en crisis se le exige el pago de una factura enorme de la crisis mayor a la que hunde al capitalismo.
En los EEUU, polo hegemónico del sistema, el discurso del Presidente Obama, despojado de las lentejuelas de los primeros meses de gobierno, aparece ahora como el de un político dispuesto a todas las concesiones para permanecer en la Casa Blanca. Su última capitulación frente al Congreso astilló lo que le sobraba a su máscara de humanista y reformador. Para que el Partido Republicano permitiese aumentar de dos billones de dólares el techo de la deuda pública –ya superior al Producto Interno Bruto del país- acepto mantener intocables los privilegios indecorosos disfrutados por una clase dominante que paga impuestos ridículos y golpear duramente un servicio de salud que ya era uno de los peores del mundo capitalista. La contrapartida de la debilidad interior es una agresividad creciente en el exterior.
Cientos de instalaciones militares estadounidenses fueron sembradas por Asía, Europa, América Latina y África. Pero “la cruzada contra el terrorismo” no produce los resultados esperados. Las agresiones norteamericanas a los pueblos de Iraq y de Afganistán promovieron el terrorismo a escala mundial en vez de erradicarlo. Crímenes monstruosos fueron cometidos por la soldadesca norteamericana en Iraq y Afganistán. El Congreso legalizó la tortura de prisioneros. La “pacificación de Iraq”, donde la resistencia del pueblo a la ocupación es una realidad , no pasa de un slogan de propaganda. En Afganistán, a pesar de la presencia de 140 000 soldados de los EEUU y de la OTAN, la guerra está perdida.
Los bombardeos de las aldeas del noroeste de Paquistán por aviones sin piloto, comandados de los EEUU por computadores, siembran la muerte y la destrucción, provocando la indignación del pueblo de aquel país. El bombardeo sobre Somalia (donde el hambre mata diariamente millares de personas) por aviones de la USAF, y de tribus de Yemen que luchan contra el despotismo medieval del presidente Saleh se volvió rutinario. Como siempre, Washington acusa a las víctimas de tener ligas con Al Qaeda.
En África, la instalación del AFRICOM, un ejército norteamericano permanente, y la agresión de la OTAN al pueblo de Libia confirman la mundialización de una estrategia imperial. El terrorismo de Estado emerge como componente fundamental de estrategia del poder de los EEUU.
Obviamente, Washington y sus aliados de la Unión Europea, intentan transformar el crimen en virtud.
Los patriotas que en Iraq, en Afganistán, en Libia resisten a las agresiones imperiales son calificados de terroristas; los gobiernos fantoches de Bagdad y Kabul estarían encaminando a los pueblos iraquí y afgano para la democracia y el progreso; Irán, víctima de sanciones, es amenazado de destrucción; mientras el aliado neofascista israelita es presentado como una democracia moderna.
La perversa falsificación de la Historia es hoy es un instrumento imprescindible al funcionamiento de una estrategia de poder monstruosa que, esa si, amenaza a la Humanidad y la continuidad de la vida en la Tierra. El imperialismo acumula sin embargo derrotas y los síntomas del agravamiento de la crisis estructural del capitalismo son inocultables.
El capitalismo, por su propia esencia, no es humanizable. Habrá de ser destruido. La única alternativa que despunta en el horizonte es el socialismo. El desenlace puede tardar. Más aumenta las resistencia de los pueblos al engranaje del capital que los oprime en Asía, en Europa, en América Latina, en África. Ellos son el sujeto de la Historia y la victoria final será suya.
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